Por Viviana VásquezUna pataleta, estallido emocional o como se denomina técnicamente un secuestro amigdalar, es un estado en el que la persona se encuentra atrapada por la amígdala, la parte del cerebro que domina las emociones primitivas, importante para la supervivencia, ya que es el área desde la cual se detectan los peligros. Algunos científicos también lo han llamado cerebro reptiliano o viejo cerebro mamífero. Sabiendo esto, debemos decir que el niño tiene un cerebro apenas en construcción y cuando nace esta parte se halla completamente desarrollada y su comportamiento responde básicamente a las órdenes de dicha área cerebral inferior, en donde no solo se regulan las emociones fuertes, sino los ciclos de sueño, la digestión, la vigilia, la respiración, en pocas palabras todo lo básico. Y es precisamente el cerebro inferior el que lleva a un niño a tirar cosas, morder y está siempre como en una posición de preparados, apunten, fuego, aunque a veces pasan rápidamente al fuego, dependiendo de la situación, dejándonos a nosotros los padres en desconcierto total. Por su parte, aunque quisiéramos que se comportasen diferente hay que tener en cuenta que el cerebro superior muy poco desarrollado en los infantes, es el encargado de funciones más sofisticadas como: · Planificación y toma de decisiones serias · Regulación de las emociones y el cuerpo · Empatía · Flexibilidad y adaptabilidad · Moralidad · Percepción personal O sea que en resumidas cuentas, pedirles la mayoría de las veces que reflexionen moralmente y con empatía es complejo. Sin embargo, esto no significa que no podamos hacer nada, ya que nosotros como adultos con la unión temporo parietal del cerebro superior ya completamente desarrollada, o lo que se traduciría con la capacidad de ver la mente del otro (mindsight o circuito mentalizador), podemos crear la visión de mente que deseamos de los pequeños, mientras los inducimos hacia el pensamiento moral y la empatía, pero esto es un proceso de años, inculcándoles disciplina pero sobre todo esforzándonos pos comprender sus puntos de vista y su estado de desarrollo. En síntesis no deberíamos reaccionar así porque si, sino más bien generar sintonía con el proceso mental que ocurre tras el comportamiento. ¿Entonces nos quedamos con la comprensión del cerebro del niño como CAMBIANTE y CONCRETO y dejamos que se comporten mal? No, la misión es ardua, ya que consiste en ayudarles a entender que conductas son aceptables y cuales no y poner restricciones externas a su incipiente cerebro superior que aún no es capaz de ponerse asimismo las restricciones internas necesarias. Pero la mejor noticia es que el cerebro es CAMBIABLE, como también dicen Daniel Siegel y Tina Bryson, (autores del best seller el cerebro del niño) lo que significa que se moldea por medio de las experiencias, por tanto será primordial lo que de manera intencionada les permitamos experimentar estos primeros años de su vida, porque en dichas instancias todo es clave, lo que ven, lo que oyen, lo que huelen, lo que tocan. Así que planteémonos como padres estos cuestionamientos: ¿Cómo nos comunicamos con ellos? ¿Con quién los relacionamos? ¿Cómo les enseñamos que se deben resolver los problemas? ¿Cómo les ayudamos a reflexionar sobre su conducta? Y por último como plantean también estos autores, el cerebro es COMPLEJO, por lo que cuando está en pleno ataque de descontrol emocional, es hora de pensar a que parte queremos acudir, ya que seguramente con gritos y amenazas seguiremos echando leña a su cerebro reptiliano listo para defenderse y atacar o huir, pero si actuamos de forma comprensiva, empática, con disciplina positiva seguramente daremos chance a su cerebro superior capaz de pensar con lógica y tranquilizar al niño.
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